lunes, 4 de enero de 2010

La última gota de tinta

Esperaba al principio una voz, tal vez la respiración, o tan solo el sonido de sus tenis con suela de goma rechinando por el pasillo del instituto; más dejó de escuchar aquello.

Todas las tardes tenía el mismo ritual, caminar lentamente por el pasillo elevado que dejaba a la vista el ventanal en el que él, a veces trabajaba sin mirar si quiera detrás de si mismo, desde donde se sabía observado. Ella se detenía de vez en cuando a buscar algunos documentos inexistentes en su bolso grande repleto de nada, con la esperanza tal vez de que él la mirara por error y se percatara de su existencia, aunque él ya lo supiera y ella aún sabiéndolo se negara a creerlo.

Una casualidad parida de una causalidad, era cuando ella se topó con él en el café; sus miradas se cruzaban y un esbozo efímero de sonrisa obligada asomaba por los labios de él, colándose entre el aire como gaviota para surcar por los inmensos mares castaños en sus ojos llenos de esperanza que arremolinaban sentimientos dispuestos a desbordarse en una lágrima, que ella contenía desviando su mirada desentendida, mientras sus pies la obligaban a devolver sus pasos.

El tiempo implacable agotó la causalidad, y conspirando con el destino aniquiló la casualidad lentamente.



¿Cuánto has escrito
desde el comienzo hasta el final de esta pausa
interminable,
conservando esa última gota de tinta
para revelar el final?.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Extraños conocidos

Al pasar te miraba, y tu a mi.
Yo tenía planes para ti y para mi,
lo sabías.
Tu tenías planes para ti, pero no para mi.

Cada día al pasar crecía la distancia entre los dos,
pareciera que un abismo se abría a nuestros pies,
tus palabras y las mías se perdían en medio de las montañas,
se las llevaba el aire,
su eco enmudeció.

Al pasar te miro, y tu a mi.
Nos volvimos extraños conocidos,
tu con tus planes, yo con los míos.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Movimiento estático

Salir de casa, eso significa que tienes que ir a un sitio poco habitual, para abastecerte de algo que en casa no hay o se ha terminado.

Salir de casa, pareciera que todo se mueve junto contigo, a cada respiración, hasta el mínimo movimiento muscular, el viento no mueve tu cabello, tu cabello mueve al viento.

Salir de casa, andanza autómata... y de pronto una ráfaga inesperada. Las hojas de otoño son inesperadamente alejadas de su lugar de nacimiento, pasas sobre ellas arrollándolas.

Salir de casa, algo se rompe por tu causa indirectamente directa, no lo sientes, no lo ves.

Regresas a casa, todo parece igual aunque ya ha cambiado.

domingo, 31 de mayo de 2009

Ranitas de lluvia

Para Marcelo.

Coyoltzin

Eran mediados del mes de mayo, y en la sierra comenzaban a asomarse algunas nubes grises en el cielo amenazando una llovizna o con suerte una buena tormenta, para reverdecer el panorama. Emiliano se asomaba por la ventana del jacal y recargándose sobre sus brazos suspiró mientras miraba el cielo, pensando en que su abuelo Don Cipriano no lo dejaría ir a jugar a la casa de Pepe, que estaba cerca del rio.

Bajo la venta estaba un perrito blanco con un ojo manchado de café, Emiliano le llamaba ‘Pinto’ y era su compañero de aventuras. El Pinto llegó un día en el morral del abuelo, no era más grande que un chilacayote y temblaba hasta por que lo miraras, se lo dieron a Don Cipriano como parte de un pago por una carga de leña y un saco de frijol, -será una buena compañía para mi ‘Coyoltzin’, dijo el abuelo mientras se esbozaba una sonrisa en sus labios llenos de años.

Y así fue, al Pinto se convirtió en el escudero de Emiliano, a quien su abuelo llamaba amorosamente ‘Coyoltzin’, que quiere decir pequeño cascabel en náhuatl. Así le decía desde que era pequeño, siempre hizo mucho ruido desde que nació, era imposible no saber en donde se hallaba Emiliano, así fue como se salvó de aquel desbordamiento del río hacía 4 años, en donde murieron sus padres. Lo encontraron en la copa de un árbol río abajo, afianzado a una rama fuerte con el cordel tejido de su madre, tiritando de frío y gritando ‘colli… colli!’.

La llovizna

Ya hacía dos días de ver nubes grises en el cielo, y Emiliano se sentía más aburrido a cada minuto que pasaba, mientras el Pinto lo miraba con sus ojillos brillantes y lánguidos, mientras se le escapaba un suspiro que levantó una nubecilla de tierra en el suelo recién barrido del jacal.

Don Cipriano venía corriendo tan rápido como podía con una carga de leña recién cortada mientras le gritaba a Emiliano:

Coyoltzin! ¡Coyoltzin! ¡Guarda los totoles! Ya llueve.

En el acto Emiliano pegó la carrera y el Pinto con las orejas bien erguidas ladró y correteó a los polluelos y a la guajolota para meterlos bajó un tejaban rodeado por una malla algo oxidada, amarrada con algunos retazos de tela vieja.

Emiliano se apuró a recibir a su abuelo con la leña, y el Pinto daba brincos junto a las piernas del abuelo.

Las gotas de lluvia comenzaron a caer dibujando sombras húmedas en el suelo de tierra, golpeando los carrizos y tablones del jacal produciendo un sonido sordo. La tierra húmeda exhalaba suspiros con olor a agua y hierbas. Don Cipriano le decía a Emiliano:

-Escucha bien, y cierra tus ojos, usa tu nariz… Oye como crecen las plantas y se alegran del agua.

Emiliano cerró sus ojos y escucho el agua que caía del cielo, escucho las gotas de lluvia pegando sobre el jacal y sobre las hojas de las plantas, cuando un escalofrío recorrió su espalda, tenía recuerdos vagos de haber estado entre tanta agua que le daba un poco de miedo, no recordaba porque, aunque se esforzaba, pero el abuelo le contaba la historia si él se lo pedía. Cuando sucedió lo del río apenas tenía 3 años, ahora tenía 7 años.

Don Cipriano puso una olla pequeña de barro con agua, un poco de corteza de canela y granos de café, sirvió dos pocillos pequeños hasta el borde; de una bolsa de yute que se mecía con el viento lleno de lluvia, extrajo una bolsita con algo más que un puño de azúcar, y dejó que Emiliano endulzara cuanto quisiera su café. Emiliano decía a sus amigos que era el tesoro de su abuelo, y lo compartía cuando se portaba bien y le obedecía.

Esa tarde se fueron a dormir temprano, con tanta agua no se podía hacer ya nada. Don Cipriano encendió una cera y acomodó dos petates; Emiliano se acurrucó hasta quedarse dormido con el Pinto a sus pies, mientras el abuelo dormitaba sentado en una silla vieja atisbando los relámpagos a través de la ventana del jacal.

Cueyatl

Todavía no salía el sol, pero los cantos de los animales en la sierra se escuchaban más fuertes que nunca.

Emiliano se levantó y arrugando la cara le dijo a su abuelo:

Colli!, ¿porque hay tanto ruido?

Don Cipriano soltando una carcajada, miró a su nieto que se enfurruñaba por tremendo escándalo de la naturaleza, y le dijo:

-Son las cueyatl, que agradecen el agua buena del día de ayer.

Emiliano hizo un gesto, pues nunca había escuchado esa palabra, y no se imaginaba lo que sería aquella cosa, y el tamaño que tendría para armar tremendo alboroto tan temprano. Ante la sorprendida cara del niño Don Cipriano, le hizo una seña para que se calzara los huaraches y se lavara.

-Apúrate, dijo, te llevaré a verlas, son de agua, como tú.

Emiliano más rápido que un rayo brincó del petate, y casi tropezando salió detrás del abuelo y el Pinto, que le llevaban ya algunos pasos de ventaja, agarró su pequeño morralito de hilos de algodón y los alcanzó con una sonrisa de curiosidad.

Caminaron bastante; todo el camino estuvo plagado de ruidos, algunos los conocía bien Emiliano, aunque ignoraba de algunos la identidad del animal que los emitía; el Pinto a veces levantaba las orejas y se le escapada algún ladrido entre dientes, más iba feliz disfrutando de la caminata moviendo su rabo de derecha a izquierda.

Llegaron a un claro, en cuyo centro se encontraba un manantial. Emiliano se asombró de aquel lugar tan lindo, y se preguntó que otros tesoros escondía su abuelo. Tenía los ojos abiertos como nunca observando cada detalle, cada planta, cada hoja; buscaba con ansias una cueyatl, ¿cómo sería, chica, grande, diminuta, con muchos ojos, con alas?

Coyoltzin!, se escuchó un grito desde el manantial, que lo sacó de sus ensoñaciones y sus imaginaciones, era su abuelo con una rodilla al suelo. Emiliano se acercó con cuidado y prestó atención.

SU abuelo tenía ambas manos juntas y mojadas como haciendo un cofrecito, del que se salía un ruido fuerte y claro: croac croac, y le dijo a Emiliano:

-Aquí está, es de agua como tú, es pequeña, pero también es fuerte, y así deberás de ser tú. Ellas nacen en el agua, y viven con ella toda su vida. Así te pasó a ti hijo, ahora que la veas por primera vez, no la olvides, aprende de ella y de sus hermanas que son muy sabias.

Al poco fue abriendo las manos, se dejó ver una pequeña criatura de suave y brillante piel con los colores de las plantas frescas y nuevas, con ojos vivos y audaces, de piernas largas y brazos estilizados con dedos largos. Emiliano puso sus manos formando una cazuelita y la recibió sintiendo un latir dentro del animalito que se sostuvo con sus patas y manos a las del niño; la pequeña rana miró a Emiliano por unos segundos y se impulsó dando un brinco para caer dentro del manantial y nadar a sus profundidades.

Emiliano sonrió y abrazó a su abuelo, quien lo apuró para regresar al jacal y desayunar algo antes de que se hiciera más tarde.

Miyo

Glosario

Colli: abuelo

Coyoltzin: cascabel pequeño

Cueyatl: rana

Totoles: polluelos de guajolote.

jueves, 21 de mayo de 2009

Escritura

Palabras de grafito y tinta
habitantes de papel;
palabras mudas que gritan,
nunca pronunciadas.

Papel devorado por el tiempo,
el tiempo que me devora a mi;
escribo con tinta sangre
sobre el papiro de tu piel,
mil palabras mudas que nunca te diré.

lunes, 18 de mayo de 2009

Inspiración matutina


Como un hálito llegaste, entrando por mi ventana en una fresca mañana,
inspiré... entraste llenando mis poros,
cada parte de mi ser.
Sin notarlo siquiera
me diste alegría en el alma.

Dale Tiempo al Tiempo

Dale tiempo al tiempo’, me dice mi madre, ‘que ya te tocará lo que te tenga que tocar en su tiempo’.

Vivo con e tiempo sin contarlo, vamos de la mano, pero no nos molestamos, a veces voltea a mirarme y me hace andar un poco más a prisa, otras veces deja que yo lo lleve, y se sube a mis espaldas; hemos llegado a tomar un buen café como viejos amigos, de esos de 'toda la vida'.

Me toma de la mano como un niño a su madre, me detengo y lo miro, nunca deja de avanzar, aunque se quede estático, es como si creciera sin envejecer un minuto, un segundo... Me dice que ya es tiempo, y seguimos avanzando juntos. Lo ignoro aunque se que él a mi no, y cuando lo hago, con desdeño me hace ver todo el tiempo que dejé ir, tiempo incuantificable y que jamás volveré a tener de mi mano, tiempo que se lleva cosas y trae en consecuencia otras.

Solo hay que darle tiempo al tiempo, inevitable acompañante, sombra de la sombra, incuantificable gigante de pasos silenciosos con un eterno eco: tic tac.